No, no has leído mal, esta entrada se titula "El mirlo de Darwin".
–Pero, Señor Mero, ¿no eran los pinzones de Darwin? –.
– Sí, alocado lector, en realidad, Charles Darwin es conocido por dar a conocer a los pinzones de la familia Tharupidae (endémicos de las Islas Galápagos). Pinzones que además han hecho correr ríos de tinta sobre... –.
– Entonces, Señor Mero, ¿por qué titulas esta entrada como "El mirlo de Dar...–.
– ¡Ssssh! ¡Calla y espera! Que ahora te lo cuento...
Efectivamente, son pinzones lo que estudió el señor mayor de la barba larga (el que puso patasarriba la ciencia y el pensamiento del siglo XIX) y el mítico ejemplo que todos los libros de texto utilizan en el apartado de evolución. En concreto, se trata de un ejemplo de especiación silvestre, es decir, de aparición (no por arte de magia) de una nueva especie en un contexto "natural", extra-urbano. En el campo, vamos. Pero no tenemos que no salir siquiera de nuestras ciudades, y mucho menos ir hasta las Islas Galápagos, para ser testigos de este fenómeno invisible al ojo humano. Actualmente, en todas las urbes del planeta se está produciendo un fenómeno muy similar: la especiación urbana.
El título tan retórico de esta entrada pretende recordaros o hablaros por primera vez de los archiconocidísimos pinzones de Darwin y haceros comprender que algo parecido viene sucediendo también en nuestras ciudades, y para ello, uso el ejemplo concreto del mirlo, un ave que a todos nos es familiar.
El título tan retórico de esta entrada pretende recordaros o hablaros por primera vez de los archiconocidísimos pinzones de Darwin y haceros comprender que algo parecido viene sucediendo también en nuestras ciudades, y para ello, uso el ejemplo concreto del mirlo, un ave que a todos nos es familiar.
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Dos mirlos (Turdus merula). A la izquierda, la mirla, de un color pardo críptico (que le sirve de camuflaje). A la derecha, el mirlo, de color negro característico. Ambos presentan un vistoso y característico pico naranja.
Fuente: Wikipedia (¡Ups!)
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Los pinzones de Darwin son un grupo de especies pertenecientes a cinco géneros distintos de una misma familia. Estas aves, al contrario de lo que se cree, no abrieron los pequeños ojitos de Darwin ante la evolución y la selección natural de una forma tan directa, pero sí que son un buen ejemplo de especiación in situ gracias a las distintas dimensiones de sus picos. Algunas especies presentan picos grandes y fuertes, y por lo tanto, profieren cantos graves y profundos, mientras que otras se conforman con picos menos opulentos y voces más finas. Pero no sólo acaba ahí la cosa, pues la morfología de sus picos también afecta a su alimentación, y como se suele decir "somos lo que comemos". La vida de cada especie depende de estas cualidades.
La gran semejanza a priori de estas especies y sus sutiles, pero fundamentales, diferencias son las que hacen de estos pájaros un emblema de la evolución, pues todas se parecen tanto, si no nos fijamos en los detalles, que cualquiera diría que son primos. Y efectivamente, estas especies están emparentadas filogenéticamente, es decir, tienen un ancestro común, un "tatarabuelo", pero cada una está especializada en hacer cosas distintas, presenta distintas adaptaciones: en comer cosas distintas, en cantar de manera distinta, en hacer las cosas en momentos distintos, etc., y limitada por cosas distintas, por presiones selectivas distintas.
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Arriba. Dos machos de la especie G. fortis
enfrentados. Es patente la diferencia en el
tamaño de sus picos, ¿verdad?
Fuente: De León et al. 2012
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Un buen ejemplo de esta diferenciación es el pinzón terrestre mediano (Geospiza fortis). Mientras que algunos individuos tienen ese pico fuerte y grande, otros tienen picos la mitad de grandes, y son pocos los que presentan picos de tamaño mediano. Por supuesto, el pico condiciona al animal en su dieta: los de pico fuerte y grande se alimentan de semillas duras, mientras que los de pico pequeño se alimentan de las semillas más pequeñas de algunas herbáceas. ¿Qué sucede con los de pico mediano? Pues que no presentan ni la fuerza ni la destreza como para alimentarse de esas cosas, así que tienen más posibilidades de morir de hambre en épocas de escasez y son arrastrados con más frecuencia al otro barrio por la selección natural. Además, el tamaño del pico también tiene consecuencias en la cama: las hembras de pico grande eligen aquellos machos de pico grande y las hembras de pico pequeño quieren en su habitación machos de pico pequeño. Este fenómeno de extremos se conoce como selección disruptiva, pues son los polos opuestos los que triunfan sobre el punto medio. Así pues, G. fortis es una especie que se está diferenciando en dos, es decir, es un ejemplo en directo de especiación.
Ahora ya podemos definir la especiación: es la diferenciación por evolución de las características originales de una especie de manera que si un experto comparara ambos individuos, el original y el evolucionado, los clasificaría como pertenecientes a especies distintas. Pero bueno, ¡no me enrollo más! Ahora que ya hemos sentado las bases, vamos con el mirlo.
En origen, los mirlos eran una especie silvícola, migratoria y discreta. Estaban acostumbrados a la vida en el bosque, a esquivar la presencia humana y a emprender su ruta migratoria al final de la estación reproductora hacia zonas más cálidas como el Mar Mediterráneo, para pasar allí el invierno. Y sin embargo el renombrado zoólogo Charles Lucien Bonaparte (sí, familia de Napoleón), ya en 1820, en su obra Specchio Comparativo delle Ornitologie di Roma e di Filadelfia ya hablaba de ejemplares permanentes (residentes) en la ciudad de Roma, pero no así en otras ciudades europeas. Así pues, si nos fiamos este señor, podemos asumir que desde el siglo XIX hasta hoy los mirlos han ido cogiendo la confianza necesaria como para anidar y permanecer tan cerca de la presencia humana.
Pero, ¿por qué sucede esto? La especiación es, con frecuencia, una de las consecuencias que trae la presencia de un nicho vacío, es decir, la existencia de una bacante potencialmente ocupable en la empresa de tus sueños, el trabajo de tu vida, literalmente. Para los mirlos las ciudades significan comida asegurada, sitios donde anidar (zonas verdes como parques, jardines...), temperaturas templadas gracias al fenómeno de la isla de calor y la ausencia de depredadores, competidores, enfermedades y parásitos que sí estaban presentes en su hábitat original.
No sólo su presencia invernal en las ciudades y su permanencia durante el resto del año hacen pensar que el mirlo está sufriendo los estragos de la evolución y se está especiando, como los pinzones, existen muchas otras pruebas genéticas, morfológicas y etológicas (de comportamiento) a favor de esta afirmación.
Una de las pruebas más llamativas se basa en el canto de los mirlos. Se ha demostrado que los mirlos de ciudad, debido al estruendo del ajetreo urbano, cantan en tonos más agudos, pues son más diferenciables entre tanto ruido, y además, sus gorjeos tienden a ser más largos. Por si fuera poco, para hacerse oír mejor, los mirlos urbanos cantan en mitad de la noche. Por otra parte, se sabe, que empiezan a reproducirse antes que sus parientes silvestres, y que todos los mirlos europeos que habitan de forma permanente en las ciudades presentan picos más cortos y rechonchos que los mirlos silvestres, lo que está muy bien cuando te vuelves cómodo y en vez de agujerear troncos o partir frutos te dedicas a gorronear comida de los comederos para aves que los humanos instalan por ahí.
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Análisis de los niveles de corticosterona en respuesta
al estrés por manejo provocado a 9 ejemplares silves-
tres y 9 ejemplares urbanos (todos machos), en septi-
embre de 2006. |
Puesto que ambos grupos de mirlos fueron criados en el laboratorio, en igualdad de condiciones, no pudieron aprender a no estresarse; tanto los mirlos de ciudad como los de campo se enfrentaban al estrés con lo puesto: su herencia (Partecke, Schwabl & Gwinner, 2006).
Es por este motivo por el que los investigadores sugieren que este fenómeno tiene una base genética y no adquirida, y esta es una de las muchas diferencias, que sumada a las demás comentadas y a otras muchas pasadas por alto, sugiere el reconocimiento de los mirlos urbanos como una especie distinta, bajo el nombre de Turdus urbanicus, como Menno Schilthuizen propone en su libro Darwin viene a la ciudad.
Además de otro ejemplo de evolución, la apasionante historia que protagonizan los mirlos supone un cambio radical en la perspectiva de la biología tradicional, en la que lo humano es antinatural y lo natural no es humano. Debemos rectificar. Y darnos cuenta de la importancia que tiene el asfalto, la acera, el alcorque, el muro y el descampado. Pues son el hogar de la nueva biodiversidad: la biodiversidad que mejor tolera al ser humano. Nuestros compañeros de viaje.
¡Gracias por leernos!
Para completar, os dejo aquí un enlace bastante cuco sobre los pinzones, por si queréis saber más sobre ellos y la gente que los estudia:
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